Son algunos, no demasiados,
los que con sus ansias de poder, de acumular riqueza, y de su cochambrosa forma
de percibir la vida, arrasan con todo lo que pillan sin importarle los dramas,
las cenizas y los cadáveres que van dejando a su paso. Todo les vale porque son
poderosos y están bajo el manto de otros poderosos.
Si antes no son cazados por la verdad, por la justicia, por
el derecho a que la gente llegue a un punto de poder, al menos parcialmente,
alegrarse de verlo allí privado de su libertad, se alegre porque el cazador
haya sido cazado. Es lo que tienen los cobardes, que cuando están en pandilla
se creen fuertes y cuando están solos prefieren morir antes que vivir como un
pobre desgraciado más de los muchos que él generó.
Me pregunto cómo debería sentirse de endeudado con su conciencia,
al haber elegido esta manera de morir y no cambiarla por el tan visitado hotel
de cuatro estrellas cerca de Madrid capital, y dónde, entre pitos y gaitas, no
estaría más de tres años y con las comodidades que allí ofrecen a sus clientes
más distinguidos. Allí podría lucir colgados todas las cabezas de animales que
sacrificó por pura diversión.
Allá dónde vaya, que se preparen, porque no le arriendo las
ganancias, que dicho sea de paso, a la menor que tenga las convierte en
«black».