El hijo de un amigo mío está
muy contento. Marianito, después de mucho tiempo buscando, hoy ha encontrado trabajo.
Mientras daba cuenta de un buen plato de boquerones fritos,
le iba contando a su padre, presa de una enorme excitación, los pormenores de su espectacular
experiencia.
Le citaron en la planta primera de un edificio de quince. A
las ocho de la mañana le recibió un corbateado subjefe de recursos humanos que
le explicó en que iba a consistir su trabajo. También le indicó que el mismo lo
desarrollaría en la planta decimotercera.
Se dirigió a la zona de ascensores y pulsó el botón número
13. Cuando se abrió la puerta del ascensor, una señorita muy cordial le dio la
bienvenida, a la par que le indicaba que debía bajar a la primera planta. Mientras
el indicador de plantas iba descendiendo uno a uno, iba pensando si habrían
olvidado decirle alguna cosa relativa a su nuevo trabajo.
Le recibió nuevamente el subjefe de recursos humanos, el cual
le tendió delante un papel y le instó a que lo firmase. Así lo hizo, y recibió
junto a una copia del mismo, un cheque por cuatro euros con veinte céntimos
como finiquito al contrato de trabajo temporal por doce minutos y cuarenta y
tres segundos para el que había sido contratado.
Mientras salía del edificio no dejaba de pensar en lo
positivo de su experiencia. Su primer trabajo. Su primer sueldo. Su primera
ilusión por ser llamado a un nuevo trabajo, eso sí, con la esperanza de que
fuese algo más duradero y tremendamente orgulloso de haber contribuido a rebajar
la lista del paro.
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