Tras años de investigación por distintas partes de la Antártida, puedo asegurar que jamás he conocido algún pingüino con traje que haya estado en una boda.
Tras años de investigación por distintas partes de la Antártida, puedo asegurar que jamás he conocido algún pingüino con traje que haya estado en una boda.
De pequeño oía a mis compañeros o amigos decir, cuando les preguntaban qué iban a ser de mayores, que si iban a ser maestros, arquitectos, abogados, etc. A mí nadie me preguntó nunca —o al menos yo no lo recuerdo—, y, lógico, empecé a dudar. Lo que más me gustaba era el fútbol, pero había un inconveniente: soy cojo y miope, con lo que mis padres no lo veían claro.
Y así fui creciendo, sin tener claro mi futuro. No entiendo de política, no entiendo a las mujeres —aunque eso no me preocupa, porque tampoco entiendo a los hombres—. Hasta bien entrado en años, cuando me preguntaban sobre cualquier tema me ponía rojo de vergüenza, pues tenía muy poco criterio ya que nunca expresaba mis pocas e internas ideas que casi me corroen el cerebro por dentro al no dejarlas escapar, ya que iban produciendo en mi interior un desazón tan grande que me absorbían, de manera que cuando hablaba lo hacía a destiempo y sin sentido.
Ahora lo veo todo distinto, y aunque he seguido teniendo algunos problemas hasta hace poco, me siento más seguro debido a que en Hacienda me informaron de que había otra persona por ahí que tenía, a pesar de lo difícil que pueda parecer, mi mismo número de DNI.
Y eso, en cierta medida, me hace aliviar la carga tan dramática que he llevado durante toda mi vida.
Habíamos roto hace meses, pero seguía sintiendo su presencia en cada noche estrellada. Era como si la Luna fuera un espejo que reflejaba su belleza y su dolor. Un dolor que yo le había causado, y que ahora me consumía.
Quería olvidarla, pero la Luna no me dejaba. Era mi castigo y mi consuelo.
Las cotorras argentinas
volaban en sincronía, como si fueran una sola. Sus plumas de colores brillaban
al sol, creando un espectáculo de luz y movimiento. Yo las observaba desde mi
ventana, admirado por su armonía y coordinación. Solo su desagradable cotorreo
rompía el silencio, aunque aquello no parecía ser suficiente como para hacer
que no permaneciesen unidas.
Me pregunté
cómo lo hacían, cómo se comunicaban entre ellas, cómo se entendían sin
palabras. Pensé en los partidos políticos, que parecían incapaces de dialogar,
de escuchar, de ceder. Que se peleaban por el poder, por el dinero, por la
razón. Que dividían al país, que generaban odio, que desperdiciaban
oportunidades.
Me gustaría que
los políticos aprendieran de las cotorras, que se inspiraran en su ejemplo, que
buscaran el bien común. Que volaran juntos, que giraran juntos, que crearan
juntos. Que fueran como las cotorras, algo tan difícil y fácil de hacer, a
pesar de que con su cotorreo pareciesen estar siempre discutiendo.
Tú me
ocultas a mí algo
que
quizá me pueda herir
de ti
no me hiere nada
más
que el besarte y no sentir.
Si no
te puedo tener
porque
tarde he llegado
déjame
que te pueda querer
aunque
no te tenga a mi lado.