Las cotorras argentinas
volaban en sincronía, como si fueran una sola. Sus plumas de colores brillaban
al sol, creando un espectáculo de luz y movimiento. Yo las observaba desde mi
ventana, admirado por su armonía y coordinación. Solo su desagradable cotorreo
rompía el silencio, aunque aquello no parecía ser suficiente como para hacer
que no permaneciesen unidas.
Me pregunté
cómo lo hacían, cómo se comunicaban entre ellas, cómo se entendían sin
palabras. Pensé en los partidos políticos, que parecían incapaces de dialogar,
de escuchar, de ceder. Que se peleaban por el poder, por el dinero, por la
razón. Que dividían al país, que generaban odio, que desperdiciaban
oportunidades.
Me gustaría que
los políticos aprendieran de las cotorras, que se inspiraran en su ejemplo, que
buscaran el bien común. Que volaran juntos, que giraran juntos, que crearan
juntos. Que fueran como las cotorras, algo tan difícil y fácil de hacer, a
pesar de que con su cotorreo pareciesen estar siempre discutiendo.