La Luna iluminó
tu cara. Yo lo sabía, a pesar de que la estábamos viendo desde distintos puntos
de la tierra. Pero la había observado tantas veces que no necesitaba tenerla a mi
lado. Tampoco a ella.
Habíamos roto hace meses, pero seguía sintiendo su presencia en cada noche estrellada. Era como si la Luna fuera un espejo que reflejaba su belleza y su dolor. Un dolor que yo le había causado, y que ahora me consumía.
Quería olvidarla, pero la Luna no me dejaba. Era mi castigo y mi consuelo.