Me bastaron subir unos pocos escalones de aquel hospital para saber que de allí iba a salir un poco menos
feliz de lo que entraba.
Y los que allí se encontraban solo querían tener salud. El
dinero, cualquier otra cosa material les sobraba en ese momento.
La mirada se me iba a aquel anciano ya moribundo, a aquel
joven impedido, a aquel niño entubado y sin pelo en su cabeza. Allí, la
felicidad, no estaba reunida con nadie, ni siquiera con los que llegaban para
un breve período de tiempo, porque el miedo era quien sobrevolaba los pasillos
de aquel cementerio de vivos, aquel que atrapa a ricos y pobres, a ambiciosos y
humildes, a todos sea cual sea su condición humana.
De hecho no salí feliz. Lo hice aun menos que eso.
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