Llevaba bastante tiempo
notando que algo no iba bien. Nuestro matrimonio se estaba yendo a pique, y
ciertos detalles me venían haciendo sospechar.
Yo apreciaba que se estaba produciendo un distanciamiento
entre nosotros dos, y lo que al principio era un intuición, desgraciadamente poco
después se confirmó.
Aquella tarde llegué a casa antes de lo normal. Había dicho a
mi esposa que una reunión de trabajo me haría llegar con bastante retraso.
Cuando abrí la puerta del dormitorio me los encontré allí. A
los dos fornicadores. A ella y al negro. Ambos se quedaron blancos a causa de
la sorpresa.
¡Vístete, –dije con rabia–! ¡tú, no, morenazo! ¡La digo a
ella! Y con unos deseos incontrolables ocupé su lugar, confirmando con ello mis
sospechas sobre mi gusto por los hombres.