Antoñito, desde pequeño, era
un poco afeminado. Se comentaba en todo el barrio, y él no ocultaba sus
amaneradas formas. Todo lo contrario, las exageraba.
Le vi
la otra tarde. Habían pasado muchos años desde la última vez que nos
encontramos. Tan animado y dicharachero como siempre. Iba vestido de mujer.
Me
comentó que tras despertar de la operación a que se había sometido para cambio
de sexo, y de paso corregir un problema de la vista, al quitarle el médico la
venda, y mirar sus partes sexuales, exclamó:
¡Doctor, no veo un pijo!