A veces siento la necesidad de
llorar. Incluso creo que es bueno. Llorar de felicidad, de pena o tristeza. Llorar
por las sensaciones en que nos envuelve una canción.
Llorar al recordar aquél amor ya casi olvidado, aquella
desilusión que no esperábamos de alguien en quien confiábamos casi ciegamente. Llorar
por quien no nos correspondió en el corazón.
Llorar
al recordar tu rostro cada vez más difuso, al que tanto quiero y nunca me
abandonará.
Llorar
por la rabia contenida sobre las injusticias diarias, llorar por la impotencia que
nos provocan los que nos impiden vivir en paz, sin envidias, sin
manipulaciones. Llorar por los que ansían el poder ilimitado.
Llorar de amor por ti, por las veces que no soy capaz de llegar
a comprenderte. Por las ocasiones en que te hago llorar.
Llorar para oxigenar y calmar mi alma y devolverle la alegría
que poco a poco, lentamente, fue mitigándose, desgastándose, desgarrándose.
Llorar sin más.