Sería difícil decantarse por
uno de los sentidos que tenemos los seres humanos. Un gran regalo de la
naturaleza, sin duda.
Recorrí lentamente por mi cabeza cada uno de ellos, y creo,
seguro, que me quedaría con la vista.
¿Como poder dudarlo? Si cuando veía a mis hijos tan pequeños
me sentía el padre, el hombre más feliz de la tierra. Observándolos me hacían
sentir importante, realizado. Y era algo que no me ofrecían otras cosas.
Y unas veces desde el borde de sus cunas, y otras, en mis
brazos, tenía las mejores vistas del mundo. Allí donde el mundo se paraba,
donde la felicidad cobraba su máxima expresión. Las vistas menudas de sus ojos
se convirtieron en la expresión “menudas vistas”.
Y allí, observando a los tres, la dulzura de la vista de su
madre, enamorada, satisfecha, feliz.