Llevaba algún tiempo sopesando
la posibilidad de prejubilarme, pero mi mujer insistía en quitármelo de la
cabeza. Yo le hacía ver las ventajas y desventajas que aquello me reportaría
para así tratar de convencerla, y ella
erre que erre, que si tal, que si cual, que si me iba a aburrir, que si iba a
echar en falta una ocupación constante, que si me iba a encerrar en casa, que
si iba a terminar por no ducharme, que si perdería el gusto por el buen vestir,
que con la rutina me iba a acabar abandonando, etc.
Y aquí me encuentro ya prejubilado. Nada de lo que me dijo se
cumplió, excepto lo del abandono. Creo que la vieron hace unos meses por
Canarias con un morenazo muy apuesto.
No será que no me lo dijo...