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21 ago 2018

Tarde de juerga


La semana pasada mi mujer quedó con unas amigas del barrio. Hacía algún tiempo que no se reunían, y decidieron hacerlo en una cafetería próxima a mi casa.


        Al despedirse, mi mujer me dijo que volvería pronto, pues tampoco le apetecía estar mucho tiempo y, además, tenía cosas que hacer en casa antes de acostarse.

            –¡Cariño, a las siete estoy de vuelta! –me dijo–.

        –¡De acuerdo, pásatelo bien cielo, y ten cuidado con lo que bebes que ya sabes que no te sienta bien! –le contesté yo–.

        Empezaba a estar preocupado cuando, mirando el reloj, marcaba ya las ocho y media. Había salido a las cinco de la tarde, y empecé a ponerme nervioso por si le había ocurrido algo, ya que ni siquiera había recibido una llamada de ella y tampoco me contestó a tres whatsapp que le había enviado.

        Como la cafetería estaba cerca decidí bajar y ver en persona qué estaba ocurriendo. Me las encontré a todas en el fondo del local con una juerga de impresión. La mesa llena de bebidas alcohólicas, cantando, y dos de ellas (una, mi mujer) encima de la mesa marcándose un zapateado, sosteniendo en una de sus manos una botella de champán, y en un estado de evidente embriaguez.

        Fue tal mi vergüenza que no supe qué hacer. Si marcharme o esconderme. Decidí salir a la puerta para poder pensar con claridad, y tras cinco minutos, volví a entrar en el local con la intención de llevármela a casa, pero al hacerlo me topé con un cartel que ponía «prohibido sacar las bebidas a la calle».

        De modo que allí la dejé, esperando que se le pasase la moña para que pueda volver a casa, tras haber pasado toda la noche durmiendo en la cafetería junto a sus amigas, y orgulloso de no haber incumplido la prohibición de la puerta de la cafetería.


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