¡Cuántas
veces me he preguntado dónde irían a parar las almas de esos niños inocentes de
esta historia que es la vida!
¿Dónde
viaja el alma de estos pequeños que nacieron ya en un entorno hostil, entre
suciedad, pobreza, hambre, tiros, bombas, abandonados, maltratados, violados,
no conociendo más que el miedo desde que abrieron por primera vez los ojos,
hasta que los cerraron por vez última?
Con
mucho miedo.
¿Dónde viaja el alma de aquellos que
estando sanos contraen enfermedades incurables, y con sus ojos llenos de
lágrimas te piden una explicación que no puedes ofrecerles, y la de aquellos
pequeños que naciendo con una enfermedad congénita, padecen y sufren sin cesar,
con sus ojitos piadosos a los que apenas puedes consolar? Sólo puedes coger sus
manos y apretarlas contra tu pecho, besarles, llorar con ellos… dejándote morir
con ellos.
Ni siquiera puedes ocupar su lugar, tan
sólo prepararles para un viaje del que ni tú mismo conoces el destino.
La otra noche, mientras disfrutaba de una
de esas noches que sólo te ofrece el verano, observaba una vez más, la multitud
de estrellas que aparecen en el cielo, y que se pierden en la inmensidad
viajando lejos y lejos, desapareciendo y cambiándose por otras nuevas, enseñándonos
lo diminuto de nuestra existencia.
Nosotros que también aparecemos y
desaparecemos como estrellas, unas tan brillantes, otras tan tenues, que tanto
nos preocupamos por lo de aquí, que tanta importancia le damos a casi todo, no
entendemos lo que ocurre durante el día cuando las estrellas se convierten, a
veces, en esos dibujos de las nubes que parecen tener formas que todos jugamos
alguna vez a adivinar.
Yo quiero creer, que esos dibujos
en el cielo, son de todos aquellos niños que no pudieron llegar a crecer aquí
en la tierra, y siendo felices aprenden a pintar, mandándonos mensajes para que
cualquiera los interprete a su manera, como un guiño de ojos, y de paso,
consolar un poquito a aquellos de quien fueron separados de manera tan absurda
como incomprensible.