Hace pocas semanas un amigo
mío estuvo a punto de morir, pero entre el túnel de la muerte, la luz blanca del
fondo y demás zarandajas, le dio tiempo para pensar en si quería incineración o
sepultura, pues le había venido todo tan de repente que no reparó en ello.
Total que se dio media vuelta y decidió seguir viviendo.
Semanas después, cuando estuvimos charlando sobre el tema, yo
le aconsejé que lo incinerasen. La razón es que hasta para morirse es necesario
ser rico.
Yo he visto en el cementerio lápidas de ricos. De mármol del
más caro, con una inscripción tan larga como la presentación de las películas
de la Guerra de las Galaxias (hay gente que se detiene a leerla a primera hora
de la mañana y a mediodía aún no han terminado). Lápidas rodeadas de tantas
plantas y árboles que ya las quisieran muchos viveros. Y allí en paz, en
silencio, con sus tumbas bien cuidadas descansan el resto de su muerte.
Sin embargo, los pobres tienen otra panorámica bien distinta.
Sobre todo los que están ubicados en los nichos, y especialmente los de las
partes altas. He visto a una anciana pidiendo ayuda para colocar unos pocos
claveles a su difunto marido. Para ello es necesario coger una escalera con
ruedas de hierro, enormemente pesada, pasarla entre árboles, tumbas, y
agujeros. Todo eso tras haber ido a por ella a cuarenta metros de distancia, y
tener la suerte de no estar ocupada por otro ser desconsolado. Pareciese que
los pobres no merecen más que dos escaleras en esas maltrechas circunstancias,
de tal manera que muchos optan por dejar sus flores en el suelo, sin poder
embellecer el lugar de descanso de tu ser querido mientras estás a su lado.
Escaleras, que al desplazarse como muertos vivientes,
rechinando sus ruedas incontrolables, perturban la paz y el descanso de quienes
allí reposan.
Pero cuando llega la noche todos los muertos son iguales:
todos duermen, y solo les acompaña su conciencia. Los únicos que son distintos
son los responsables de adecentar un sitio tan lleno de sentimientos. Quizá sea
porque también son ricos, y piensen que para llegar al cielo no se necesitan
escaleras.