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3 nov 2016

Morir: Hasta en eso


Hace pocas semanas un amigo mío estuvo a punto de morir, pero entre el túnel de la muerte, la luz blanca del fondo y demás zarandajas, le dio tiempo para pensar en si quería incineración o sepultura, pues le había venido todo tan de repente que no reparó en ello. Total que se dio media vuelta y decidió seguir viviendo.

        Semanas después, cuando estuvimos charlando sobre el tema, yo le aconsejé que lo incinerasen. La razón es que hasta para morirse es necesario ser rico.

        Yo he visto en el cementerio lápidas de ricos. De mármol del más caro, con una inscripción tan larga como la presentación de las películas de la Guerra de las Galaxias (hay gente que se detiene a leerla a primera hora de la mañana y a mediodía aún no han terminado). Lápidas rodeadas de tantas plantas y árboles que ya las quisieran muchos viveros. Y allí en paz, en silencio, con sus tumbas bien cuidadas descansan el resto de su muerte.

        Sin embargo, los pobres tienen otra panorámica bien distinta. Sobre todo los que están ubicados en los nichos, y especialmente los de las partes altas. He visto a una anciana pidiendo ayuda para colocar unos pocos claveles a su difunto marido. Para ello es necesario coger una escalera con ruedas de hierro, enormemente pesada, pasarla entre árboles, tumbas, y agujeros. Todo eso tras haber ido a por ella a cuarenta metros de distancia, y tener la suerte de no estar ocupada por otro ser desconsolado. Pareciese que los pobres no merecen más que dos escaleras en esas maltrechas circunstancias, de tal manera que muchos optan por dejar sus flores en el suelo, sin poder embellecer el lugar de descanso de tu ser querido  mientras estás a su lado.

        Escaleras, que al desplazarse como muertos vivientes, rechinando sus ruedas incontrolables, perturban la paz y el descanso de quienes allí reposan.


        Pero cuando llega la noche todos los muertos son iguales: todos duermen, y solo les acompaña su conciencia. Los únicos que son distintos son los responsables de adecentar un sitio tan lleno de sentimientos. Quizá sea porque también son ricos, y piensen que para llegar al cielo no se necesitan escaleras. 

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