Discutir a alguien que no
tiene razón es, cuando menos, discutible. A Juana de Arco por tener visiones celestiales, porque se le apareció el arcángel Miguel y cumplir la voluntad de Dios, la condenaron
por herejía a morir quemada en la hoguera.
A Galileo Galilei la Iglesia Católica le culpó por herejía al
decir que la tierra era redonda.
Aquí, más cerca de nuestros días, tratamos de locos a los que
dicen haber visto un ovni, algo que no se puede demostrar, pero que negamos de forma tajante. Ponemos en tela de juicio a los asesinos inocentes, a los culpables de cara
sonrientes de llevar una vida impecablemente ordenada, juzgamos a las personas
por su aspecto, por su condición sexual, por su color de piel, por sus ideas. ¿Y lo hacemos porque estamos locos?
Durante varios años, cuando viajaba en el autobús, veía pasar un hombre montado en una bicicleta. Muy clásica. Siempre acababa
pasándonos debido al gran tráfico que había, pero él siempre encontraba el
hueco por donde meterse. Todas las miradas de los pasajeros (y no pasajeros) se dirigían al ciclista,
quien con calor, con frío o lluvia, todos los días nos hacía la misma jugada. Los comentarios iban desde gilipollas a tonto de baba,
idiota, imbécil o, como no, loco. Loco por ir en bicicleta con todas las
adversidades climatológicas, el sufrimiento físico al que se sometía cada día
pudiendo ir cómodo en el autobús o en el coche. Metidos en el atasco tan
confortablemente. Hace mucho tiempo que no le veo, pues ahora utilizo otro medio de
transporte y he cambiado de ruta.
Me pregunto qué pensará el ciclista loco al ver ahora tanta gente a la
que le han comido el «coco» para que vaya al trabajo en bicicleta con traje y
corbata, con vestido y tacones. Seguro que nada. No pensará. Como antes, cuando le
veía, era un loco libre, con sus razones, lo cual no es poco para un loco.