A mí nunca se me dio bien ponerme
en el lugar de otros. Siempre me costó mucho “usurpar” algo que no fuese mío,
de modo que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
No lo interpretaron así otros respecto a mí. Por desgracia
hubo quien, sin pedírmelo, se puso en mi lugar, usurpando mis deseos, hiriendo
mis sentimientos y los de aquellos que me quieren y estiman, desahuciando mis
ilusiones.
Cosas de la empatía, que va y viene como Pedro por su casa sin que nadie la haya invitado.