Adquirí oro.
Ni con dinero pude comprar la
sanación de un ser querido. Ni con todo el dinero del mundo. Ni con oro.
Como no pude hacerlo con algo
material que me sobraba, decidí cambiar de compra. Cambié el oro por el oro:
Compré oros,
Compré rezos, lamentaciones, súplicas,
peticiones al Altísimo, ayudas in extremis, casos Lourdicos.
Todo a cambio de intermediar
en la consecución de la vida eterna, en la idea de manipular el destino.
Pero ninguno de los dos oros
fue suficiente para acallar mis lágrimas, para alejar mi pena y mi tristeza.