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24 jul 2022

Lenguaje de bebé

 


Me contaba mi madre que yo de pequeño era muy espabilado, aunque me duró poco. Y no es que fuera tonto, lo que pasa es que un «accidente doméstico» dejó en mí secuelas que, a veces, aún hoy arrastro.

        Hace muchos años, a algunos niños, se les daba el pecho hasta casi ir al colegio, en contraste con los tiempos actuales donde dar el pecho es algo bastante menos habitual.

        Un «accidente», como digo, que influyó en mi carácter, en mi personalidad y que hace que, ante cualquier situación que se me presente, y vea una injusticia, me altere los cinco sentidos.

        Mi madre me daba el pecho desde recién nacido, pues no hay mejor leche para el bebé que la de su propia madre, llena de propiedades esenciales para el desarrollo del mismo. Ella me cuenta que, teniendo aproximadamente un año, empecé a hablar palabras bastante inteligibles. Palabras e incluso pequeñas frases: ¡Quero teta! ¡Nene quere teta! ¡Nene apo! ¡Buelo tusto!

        Un día que mi madre había salido a la compra, me dejó con mi abuela a solas. Como quiera que tenía hambre y mi madre se estaba retrasando, le dije a mi abuela: ¡Buela, quero teta!, pero claro, mi abuela tenía sesenta y dos años, y darme la teta me la podría dar... pero para que jugase con ella, porque leche, lo que se dice leche, en su cuerpo no tenía.

        A mí el hambre ya me estaba pudiendo. Rabioso y llorando repetía: ¡Buela, quero, teta! ¡Quero teta! Mi abuela no sabía qué hacer y me cogía en brazos acunándome una y otra vez para ver si así me calmaba. Pero nada. Yo seguía repitiendo y gritando cada vez más, ¡Buela, quero teta! ¡Teta quero, buela! ¡Teta, teta, teta! ¡Buela mala, bruja!

        Viendo que mi madre no llegaba, y que mi abuela no atendía mis necesidades básicas de bebé hambriento, cambié de táctica, mejor dicho de frase: ¡Buela, quero seno! ¡Quero seno! Mi abuela, fuera de sí y de no, a punto de caer en la histeria, enganchó el queroseno (a falta de teta) de la lámpara de la habitación y con un tubo me lo metió en la boca. Empecé a tragar y tragar, y veinte segundos después lo devolví de una bocanada, dejándome al borde la muerte a causa del petrolífero.

        Finalmente me recuperé y hoy soy un buen mozo. Fuerte y sano. Amable y cordial. Coherente y con la cabeza en su sitio. Eso sí, no me cabrees mucho con historias raras que me enciendo enseguida y me pongo como una moto, pues secuelas –como dije– sí que me quedaron y me temo que de por vida.


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