Siguiendo la recomendación del
ministro Cañete, la otra mañana me levanté para ir a trabajar, no sin antes
darme una ducha fría reconfortante. Aquí donde vivo, Jaca, debía de hacer siete
grados de temperatura, pero yo por mi país hago lo que sea.
Nada me importa que un tal Bárcenas se lleve el dinero a espuertas
a paraísos fiscales, ni que Urdangarín sea un corrupto, ni que los partidos se
financien con dinero de dudosa procedencia. ¡Qué me importa a mí que no haya
más que chorizos que a mí me la ponen morcillona por no saber hacer lo mismo!
Yo cumplo lo que me dicen, que para eso son ministros y entienden un “Rato”.
Lo cierto es que a media mañana me empezó a doler la
garganta, acompañado de una tos perruna con un efecto sonoro un poco
sospechoso, de una tiritera titiretera, y de una fiebre de treinta y nueve
grados.
Tras cuatro horas de esperar en urgencias, haber vomitado
otras tantas veces, el médico me diagnósticó “enfriamiento”. Yo lo que le
entendí fue “si le digo que ha sido por el frío le miento”. Le llevé la
contraria: Le dije que sí, que era verdad que había sido por el frío de la
ducha.
Si el ministro pretendía que ahorrase con la ducha fría, no
lo consiguió. Entre lo que dejé de trabajar en mi empresa para acudir al
médico, las horas que ocupé silla en urgencias porque no me tenía en pie, las
radiografías que me hicieron, el análisis de sangre, el antibiótico y el jarabe
para la tos que me dieron, el "paracetamol" para el dolor de cabeza, y un “primperan”
para aguantar los vómitos, menudo gasto para la SS.
Todo
ello sin contar el agua que gastaron para limpiar mis continuos vómitos. Un
agua fría, que si lo llego a saber, la dejo correr en la ducha y me espero a la
caliente.